* Una Virgen a la semejanza de la nación que la alberga

* Un nacimiento que no pudo ser en invierno, y Pitágoras lo confirma

 

Por José Ángel Inzunza

 

HI, Tijuana, diciembre 2016.- No faltarán miles, o infinitamente muchos más, que se ofenderán por estas reflexiones, de un artículo de fin de año, porque esta edición de su Semanario Séptimo Día es la última que circula en este mes y lo que queda de este año.

No obstante los puntos de reflexión, pueden seguir creyendo lo que quieran, que al fin de cuentas eso se llama libertad de conciencia y libertad de credo religioso.

Los líderes religiosos, y los que se sienten eruditos en el tema, podrán darle miles y miles de explicaciones, pero en términos prácticos son dos grandes mitos la multiversión de la Virgen María, que en México es la de Guadalupe, y un nacimiento, el de Jesús, en invierno, porque varios factores indican que eso no es nada creíble, además de que Pitágoras nos confirma que Jesús no nació el 25 de diciembre.

 

A las madres se les respeta

 

A María, como a todas las madres del mundo, se les respeta, y sobre todo a ella que tuvo el privilegio de concebir en su vientre al Hijo de Dios, pero que como toda persona devota de Dios, pudo haber fallado y se mantuvo íntegra.

Lo que rompe la lógica es que posteriormente le pongan los rostros, color de piel y de ojos que se adaptan a cada país, para que sea su “Señora”, su propia “Madre de Dios”, según lo impuso la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

En México es “la morenita”, como los indígenas naturales de nuestro país en los tiempos de la conquista española, para que los naturales y siguientes generaciones de mexicanos se sintieran bien identificados con ella, o que ella se identificara con ellos como su “Madre”.

Sin embargo, casualmente, la misma María, madre humana de Jesús hace poco más de 2 mil años, que en México la hacen llamar como Virgen de Guadalupe, en Estados Unidos la hacen llamarse María de la Inmaculada Concepción, y no solamente no es morenita, sino de tez blanca y de ojos azules.

En Praga, la capital de la República Checa, en Europa central, se llama Santa María de la Victoria y no solamente es distinta a las otras dos (la de México, y la de Estados Unidos), en el color de piel, pues es mulata, y de ojos negros, además es un poquito obesa, bonachona, y entre los adornos de su vestimenta cuelgan representaciones de la bandera de Brasil.

Sería largo abundar el por qué de esas características en uno y los otros países, pero la lógica indica que, en sus afanes de “cristianizar” el mundo, La Iglesia Católica no tuvo empacho alguno en que María tuviera apariciones visibles acorde a la idiosincrasia de las naciones que la alberga entre sus ritos de adoración.

El catolicismo, que no es lo mismo que cristianismo, aunque se abroguen el “derecho” de presumir que son la “única religión cristiana”, ha hecho suya la fórmula matemática de que el orden de los factores no altera el producto, y su éxito proselitista, con esa facilidad de camuflaje, es aplastante.

Para los que meditan, ese es un gran mito, una virgen que no es la misma en diferentes países, pero que dicen que es la misma María, Madre Jesús (el Hijo de Dios).

En México, para dar un norte, en el tiempo de la famosa aparición, estaba todavía reciente la herida de la invasión y conquista española, y muchos indígenas seguían adorando a Tonatzin, la Diosa Madre de los aztecas, precisamente en el Cerro del Tepeyac; y Juan Diego, que ese nombre fue el que le pusieron al jefe indígena Cuauhtlatoatzin al “cristianizarlo”, fue un excelente vocero de La Iglesia en un cambio drástico a las “adoraciones paganas”.

La historia lo demuestra, la devoción a la Virgen morena cae en cientos de miles de mexicanos en el fanatismo a nivel ultra. Su éxito, sin embargo, no da una explicación coherente a las multiversiones de María.

Y respecto del fanatismo flagelante, muchos hacen sacrificios innecesarios de lacerarse manos, pies y rodillas en el cumplimiento de sus “mandas”, pese a que Jesús dijo respecto de Su Padre, el Dios Todopoderoso, que este solamente quiere misericordia, y no sacrificios lacerantes; como dijo Cantinflas en su película “El Padrecito”: “¿a qué madre le gustaría ver a sus hijos causándose heridas y sufrimientos?”

El tema puede ampliarse hasta enciclopedias, sobre todo considerando las mentadas, réplicas, explicaciones, “justificaciones” y contra reflexiones que inspira este artículo decembrino.

 

Una fecha de nacimiento inverosímil

 

Esta reflexión se presta también a llenar enciclopedias, pero hay dos o tres detalles simples y contundentes que desmienten rotundamente que Jesús haya nacido el 25 de diciembre: en primer lugar, es invierno, y en Israel, especialmente en Belén, la nieve cae tan copiosamente que llega a cubrirle a una persona de estatura normal hasta la cintura.

Esta etapa del año no encuadra para nada con las descripciones del entorno en que nació Jesús: había pastores con sus rebaños en el campo, en las vigilias de la noche. Obvia y lógicamente no pudo ser en invierno, el 25 de diciembre, sino en el otoño; mas específicamente, al principio de otoño, lo cual sí encuadra con los cálculos matemáticos de las siguientes circunstancias:

Jesús murió en primavera, en el mes de nisán, entre fines de marzo y principios de abril, y al momento de morir tenía 33 años y medio.

Cualquier niño instruido en la matemática básica sabe que si le restas 6 meses a la fecha de la muerte de Jesús, recorres marzo, febrero, enero, diciembre, noviembre y octubre; lo cual, si Pitágoras no miente, recae entre fines de septiembre y principios de octubre.

¿Por qué se escogió entonces el 25 de diciembre? De nueva cuenta, al fundarse la Iglesia Católica, ya con consentimiento, y hasta respaldo del Imperio Romano (por eso es Iglesia Romana) en el año 300 y quihúbole, para “cristianizar” a los romanos, acomodaron la fecha de nacimiento de Jesús en uno de los días cumbres de las fiestas de las “Saturnales”, o de adoración al dios sol en el solsticio de invierno, que duraban entre diciembre y principios de enero, con bacanales.

De esa y muchas otras maneras más, siempre acomodadas a las circunstancias, se logró no solamente instituir el catolicismo como religión oficial en Roma, sino hasta su expansión y poderío mayor al de cualquier nación que presuma ser una potencia mundial.

La mayoría de los mexicanos nacemos en hogares católicos, así como en la India muchos nacen de familias hinduistas o budistas, y en Arabia abunden los seguidores de Mahoma. Al final todos son libres de creer en lo que quieran, pero la lógica nos señala mitos en las dos grandes reflexiones citadas, que racionalmente no pueden ser desmitificadas.

Si pese a todo su capacidad de raciocinio la deja a un lado y dice que hay que creer todo porque eso se llama fe, siga con todo respeto su fe, pero como dijo Galileo Galilei cuando La Iglesia lo obligó a retractarse de que la tierra gira alrededor del sol: “sin embargo, se mueve”.

Para no echarles a perder sus ilusiones, estamos acercándonos al fin de año, con una noche previa de convivencia familiar y de paz, antes de las borracheras de fin de año, y deseándoles que el 2017 sea bienaventurado y de progreso para ustedes, amigos lectores, disfrute de todo lo positivo de estas fiestas: fortalezca sus vínculos de amor y fraternidad.

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